“La Paloma alcanza un triunfo histórico en Les Penyes en Festes, mientras reflexionamos sobre el verdadero sentido del ‘bienestar animal’: no imponer mantras ajenos, sino respetar al toro bravo en plenitud de condiciones.”
Este mes quiero comenzar felicitando públicamente a la ganadería de La Paloma por su triunfo en Les Penyes en Festes. Para mí no es un éxito cualquiera, sino una alegría personal, ya que esta casa ganadera siempre ha tenido un fuerte arraigo en mi población, Museros, donde cuenta con grandes amigos. A nivel personal, guardo un grato recuerdo: en 2001, acompañando a Colau y como miembro de la peña Els Valents, visité por primera vez una ganadería autóctona y fue precisamente La Paloma. Quizá por eso siento tan de cerca este logro.
Después de tantos años entre las ganaderías más destacadas de la Comunidad Valenciana, el triunfo en el concurso de Les Penyes en Festes supone un broche de oro para la trayectoria de Ángel Guardiola y Bartolo Sirerol, quienes capitanean con esfuerzo y pasión esta ganadería. Estoy convencido de que muchos compañeros suyos en el campo bravo también han celebrado esta victoria, porque más allá de la competencia, se reconoce la trayectoria y el mérito de una casa que lo ha dado todo.
Como director de esta revista, mi papel siempre ha sido mantener la imparcialidad: informar, dar voz y tratar a todos por igual. No importa quién gane o pierda, porque nuestro deber es contar lo que ocurre. Pero en esta ocasión, no puedo evitar subrayar la importancia histórica de este triunfo, que por primera vez sitúa a La Paloma en lo más alto de Les Penyes en Festes.
Cambiando completamente de tercio, quiero compartir una reflexión personal sobre los toros cerriles. No se trata de un estudio, sino de una opinión formada tras muchos años observando.
Con frecuencia vemos toros que, nada más salir a la calle, se caen, quedan descoordinados o son incapaces de sostenerse en pie. Ante esta situación, lo habitual es pensar que se han lesionado en ese mismo instante. Entonces aparecen discursos sobre el “bienestar animal”, un concepto que nos han impuesto desde fuera —mayormente los antitaurinos— y que, con cierto complejo, hemos acabado aceptando.
Mi opinión es distinta: la mayoría de esos toros ya venían así desde la ganadería. El ganadero conoce perfectamente a sus animales; convive con ellos a diario, como si fueran parte de su familia, y sabe cuándo un toro puede tener un defecto, aunque no sea evidente a simple vista.
Lo que no se puede tolerar es que se venda, conscientemente, un animal con sus condiciones físicas gravemente mermadas. Eso no es solo una falta de respeto, sino un fraude al comprador y, en definitiva, al propio festejo. Incluso me atrevo a decir que en ocasiones el propio veedor, en quien confiamos, puede estar al corriente de ello, lo que agrava todavía más la situación.
Después, cuando ese toro sale a la calle y falla, surgen los discursos interesados sobre veterinarios, bienestar animal y demás excusas que algunos políticos aprovechan para imponer medidas que poco o nada tienen que ver con la realidad. El problema, en la mayoría de los casos, no está en la plaza ni en la calle, sino en el origen: en la forma en que se comercializa el toro.
Debemos quitarnos complejos. En nuestros pueblos el toro se cuida hoy más que nunca. El concepto de “bienestar animal” es un mantra que no nos corresponde aceptar tal cual; el toro no necesita que lo tratemos como a una persona, sino que se le respete como lo que es: un animal bravo en plenitud de condiciones. Ese es el verdadero compromiso de quienes amamos y defendemos el festejo popular.
Manolo Moreno Comes
Director Els Bous la Nostra Festa

