Editorial 354 – La fiesta es del pueblo o no es fiesta

El toro que recorre las calles une generaciones, llena las casas y da vida a los pueblos. Reducirlo a un espectáculo controlado es olvidar su esencia. La fiesta debe ser libre, compartida y abierta, como siempre lo fue. Porque solo cuando el pueblo entero participa, el toro y la tradición siguen teniendo sentido.

En meses anteriores, desde estas páginas, hemos hablado de la importancia de la promoción taurina, de cómo muchos pueblos luchan por dar a conocer sus festejos y mantener vivas sus tradiciones. También hemos puesto sobre la mesa la necesidad de que los políticos legislen con sentido común, sin olvidar que la fiesta es, ante todo, un patrimonio popular que no puede perder su esencia ni su idiosincrasia.

Hoy quiero detenerme en otro aspecto, igual de trascendental: hacer bien las cosas en la calle. Porque, al fin y al cabo, la calle es el escenario natural de nuestra fiesta y donde se juega su supervivencia.

En los últimos años, hemos asistido a una evolución que ha ido estrechando el margen de la fiesta. Se colocan barreras, se reduce el espacio de exhibición y, en definitiva, se controla en exceso al toro. A primera vista, parece que con ello se engrandece el festejo: se logran lances más lucidos, suertes más espectaculares, recortes más ajustados. Pero, en el fondo, esta manera de entender la fiesta la empobrece. Un toro que apenas se mueve, que no recorre su recinto, que queda reducido a unos metros, puede ofrecer emoción a unos pocos, pero le quita alma a la fiesta entera.

Una fiesta grande y un día taurino de verdad deben estar abiertos a todos. Cuantos más toros recorran el recinto, más personas disfrutarán de ellos y más auténtica será la celebración. Cuantos más niños puedan ver desde las ventanas de sus casas al toro pasar por sus calles, más afición sembramos en las nuevas generaciones, y con ello aseguramos la continuidad de la fiesta. No olvidemos que la afición se transmite de padres a hijos, de abuelos a nietos, y que muchas veces el primer recuerdo taurino de un niño no está en una plaza ni en un cadafal, sino en el instante mágico en que un toro pasa bajo su balcón.

Querer transformar un festejo popular en un espectáculo casi profesional, donde todo está calculado, es una deriva peligrosa. Al final, lo que conseguimos es un sucedáneo de lo que debería ser la fiesta: un espectáculo cerrado, reducido, reservado para unos pocos. Algunos lo viven intensamente desde un balcón privilegiado o desde el centro de la acción, pero el resto del pueblo queda fuera, perdiendo interés y, con ello, desligándose poco a poco de la tradición. Y una fiesta sin pueblo es una fiesta condenada a languidecer.

Un gran día taurino no lo hace únicamente el toro más bravo, más serio o más espectacular. Claro que ese es un factor importante y un valor añadido, pero lo que verdaderamente engrandece la jornada es la participación popular: las casas que abren sus puertas, las familias que se reúnen, los amigos que se citan alrededor del toro. El toro que recorre las calles une a la gente, multiplica los momentos compartidos y refuerza el tejido social de la fiesta. En cambio, el toro que se queda en un rincón, apenas visible para unos pocos, no abre puertas, las cierra.

La esencia del festejo popular está en el arraigo social. No se trata de un espectáculo que se compra con entrada ni de un show preparado para unos pocos privilegiados. Es, por naturaleza, una fiesta compartida. Y si perdemos ese carácter abierto, perdemos también su razón de ser.

Por eso debemos insistir: la fiesta no debe domesticarse ni reducirse a un simple concurso de recortes o a una ‘capea’ controlada. La fiesta es grande cuando el pueblo entero la siente como suya, cuando todos tienen algo que vivir y algo que contar. Esa es la verdadera fuerza de los bous al carrer, esa es la identidad que nos diferencia y que debemos defender con orgullo.

Nunca olvidemos que la fiesta es del pueblo o, sencillamente, no es fiesta.

Manolo Moreno Comes
Director Els Bous la Nostra Festa

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